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Este año, el Festival del Grec de Barcelona se inauguró con esta obra de teatro y hemos querido escribir nuestra humilde opinión, pues no estamos acostumbrados en general, a oír poemas ni cuentos épicos, ni tampoco a asistir a espectáculos de dos horas en un solo escenario y sin interrupción.

El poema, narrado y representado con claridad y sencillez, habla de las hazañas de Uruk al estilo de las clásicas epopeyas y, al igual que en éstas, la historia de Guilgamesh es una sabia reflexión sobre la vida.

En la primera parte de la obra, el vigor, la violencia y el narcicismo aparecen como cualidades de un joven rey que lo tiene todo pero quiere más. Con la inconsciencia y la fuerza propias de la juventud, Guilgamesh inicia un largo viaje en el que librará batallas, caerá herido, conocerá el amor y la amistad, sufrirá con sus azañas y también celebrará las victorias.

Tal como ocurre en la vida de los que hemos emprendido nuestros propios proyectos, se empieza con ilusión, mucho coraje, poco conocimiento y con una alta dosis de autoestima, necesaria para hacer frente a todo lo que va a acontecernos.

Pero hacia la mitad de este viaje, Guilgamesh es abatido por la sombra de la muerte y por la soledad devastadora del que pierde al ser amado.

Y así ha sido en nuestra propia epopeya de la vida real. Hemos aprendido y avanzado, superado los baches, sorteado los contratiempos y hemos persistido cuando parecía que lo fácil era abandonar. También hemos saboreado los éxitos y encajado los fracasos, hasta que llegó un día en que nos sentimos cansados.

Y entonces paramos.

Y al parar ocurren nuevas pequeñas cosas. Imperceptibles y grandes al mismo tiempo.

Guilgamesh tarda años en reponerse de su pérdida y en ese largo proceso de curación, madura y cobra conciencia de lo que es y de lo que hace. Gana sabiduría y con su bagaje, con su experiencia acumulada durante tantos años, decide hacia dónde quiere ir. Así que después de cruzar mares, bosques y desiertos, al final de su vida Guilgamesh vuelve al pueblo que le vio nacer.

Y aunque nosotros todavía no hemos llegado al final de nuestra historia, podemos intuir que llegará un día en el que, igual que Guilgamesh, dejaremos la acción para los jóvenes que nos sucedan y si tenemos la oportunidad, nos retiraremos a contemplar la belleza de lo que nos rodea, esa misma belleza que en nuestros inicios nos impulsó a recrearla y plasmarla en cada uno de los proyectos que emprendimos.

Por esta razón nos gustó el poema del Rey de Uruk, y también por su gama de color árido y su escueta pero a ratos muy poética, puesta en escena.

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